viernes, 14 de enero de 2011

Ahí va mi abuela, una GRAN mujer.

Si empezase por el principio serían muchos años, tantos que ni ella los recuerda.
Años que el sudor de su frente convirtió en sonrisas, en orgullo, en superación. Años inundados de lo que aquella mujer fue, de lo que es y de lo que algún día dejará de ser.

Porque somos lo que conocemos, somos recuerdos, lo que la vida nos enseñó a ser, lo que ella me enseñó a vivir... y comienza a olvidarlo.

Y en su cabeza mueren los recuerdos de aquellas cartas azules que él la escribía, aquella caja de madera roída donde las guardaba, aquella chimenea donde las quemó todas poco antes del “sí, quiero”. Olvidará a aquel hombre que cuando menos se lo esperaba la hizo creer en el amor, en los vestidos rojo carmesí, y todas y cada una de las veces que me contó la historia.

Pronto olvidará su nombre, incluso su propio rostro.
Dicen que será un cuerpo vacío, sin alma, que ya no será ella, que se irá antes de que su anatomía pueda darse cuenta. Dicen que ya no me conocerá y que olvidará mis 19 años a su lado, de su lado junto al mio. Y dicen que no hay remedio, que simplemente olvidará y solo nos quedará recordar.

Pero ella dice que no tiene miedo y, una vez más, la admiro.